Sunday 22 December 2013

De cucharaditas de mierda y saciedad

Tenemos un problema de mierda que, por ser de esta peculiar característica, es aún peor que un simple problema. Peor incluso que un problemón o un problema de narices. El caso es que todo empieza a saber a mierda, a oler a mierda.

Mi profesora de filosofía del instituto solía animarnos a llevar la asignatura al día con el símil de que resulta más fácil de oler, saborear y digerir una cucharadita de mierda diaria que todo un tazón de hez de golpe (hez más fácil). La teoría no está mal pero... ¿qué pasa si te están dando mierda (aunque sea en tan ínfimas cantidades) día a día durante 5 años? ¿y si encima no ves el fin de tan escatológico bocadito?

Por otra lado, la mierda es intrínseca al ser humano. Somos máquinas de mierda (entiéndase la afirmación con el sustantivo y no con el adjetivo). Producimos mierda a diario y, por ello, (algunos mejor que otros) nos familiarizamos con su olor, su textura, su color, haberlos haylos que hasta con su sabor... ¿será la intimidad de dicha relación psico-fisiológica mierda-humano la que produce atrofia de la pituitaria y tergiversa el gusto (pues, por muy natural que sea, la mierda huele y sabe a mierda) además de obnubilar la razón y el pensamiento crítico? ¿es tal el poder de la mierda (sobre todo en su saciedad) que nos aplana y nos hace siervos? ¿es mejor rechazar la mierda, tirar rápido de la cadena, perfumar el baño... o aceptarla para saber reconocerla cuando te la dan cucharadita a cucharadita y día tras día?

No sé por qué pero se me ha ocurrido esta reflexión al pensar en la calma social reinante en Reino (de España) y sus súbditos (eso somos pues tenemos rey) ante tan ingente y frecuente cantidad de MIERDA.

Pongo ejemplos:

Una sanidad pública desmantelada (aquí hablo de Madrid), su universalidad eliminada, sus profesionales día a día humillados, la dignidad de sus usuarios (en particular de los inmigrantes, enfermos crónicos y demás PERSONAS) pisoteada... Lo sabemos, al igual que sabemos el por qué: una casta de fachosos engominados que pretenden hacer negocio con la salud de la gente. El resto son excusas que sólo los muy simples de entendimiento podrían llegar a aceptar... Están imputados, investigados, serán juzgados... Pero eso sí, por un juez (al cual PP y PSOE han invitado a entrar en el CGPJ) con una señora esposa consejera del PP madrileño... Primera cucharadita de mierda.

Una enseñanza pública arruinada económica, moral y académicamente por la enésima ley orgánica de un señor que, esta vez nos ha salido facha y muy católico... Tanto como para atender las exigencias de la conferencia episcopal: un organismo que pondría los pelos de punta al mismísimo Dante si comprobara que, aún en los tiempos de su Divina Comedia no habría imaginado semejante incongruencia entre la cuestión espiritual de la que debe ocuparse el clero y las injerencias políticas y terrenales en las que con tanto gusto pierde el tiempo y se inmiscuye. Segunda cucharadita de mierda.

Un machismo tan arraigado en una sociedad a la que le pesan aún, en sus altas esferas (y mucho), las ideas de un Nacional Catolicismo (que arrugó la mente de sus ciudadanos y se perpetuó hasta nuestros días en las élites políticas y económicas), un machismo tal, como decía, que nubla el entendimiento de las masas con cuestiones morales y de otra índole (de nuevo con la Iglesia hemos topado) y que provocará un retraso de libertades e igualdad estrepitoso con la reforma de la ley del aborto. Es un machismo sutil pero que impide ver la realidad que supone el considerar a la mujer como individuo adulto, libre en voluntad y en razón y dotada de la misma capacidad de entendimiento que el hombre para decidir sobre su útero, su descendencia , su cuerpo y, en definitiva, SU VIDA. Les aseguro que nadie es más capaz de aplicar sus convicciones morales, políticas y religiosas a la hora de tomar una decisión tan dramática como esa como la persona que sufre dicha situación. No sé de dónde se sacan esa licencia moral para discernir entre el bien y el mal políticos, obispos, ciertos profesores de facultad y demás... No hay bien o mal, no hay blanco y negro en dramas tales, es todo de una triste escala de grises. No se trata de facilitar que todo el mundo aborte... ¿quién coño quiere eso? ¿por qué demonizar y reducir a lo absurdo esa situación tan peliaguda? Se trata de dotar (como Estado) de las herramientas suficientes y necesarias a un ser humano adulto, libre e igual a sus fálicos semejantes en conciencia y plenitud moral, para que decida por sí mismo y con garantías sanitarias sobre el tema. Es impresentable (como sociedad moderna y como Estado) hacer delito el pecado. ¡Basta ya de moralismos de poderes fácticos y sentimientos de culpa! Tercera cucharada de mierda.

Un saber estar y una ejemplaridad (creo que ya excesivas) de una sociedad que se manifiesta, protesta y sale a la calle clamando muy tranquilamente (demasiado) contra las injusticias (entre las que se encuentran las antes mencionadas y las que mencionaré abajo) de la que se ríe el dinosaurio fanático del Opus Dei que tenemos por Ministro del Interior, cuando afirma (con todos sus cojones) que quiere comprar un tanque (si , si, una puta máquina de guerra que en vez de verde y marrón va de azul con la bandera de España) para disparar agua a los pocos que tengan los huevos de manifestarse si se aprueba la nueva ley  de Seguridad Ciudadana (Ley Mordaza) que no tiene nada de democrática y apesta a Ley de Vagos y Maleantes. Todos de acuerdo y si te joden calladito cual puta. Cuarta cucharadita de mierda.

Una juventud viajera y abierta de mente que tiene que soportar que su situación de inmigrante sea calificada de "movilidad exterior" por la titular de Trabajo, que alaba las virtudes y beneficios personales y nacionales que reporta el vivir y trabajar en el extranjero (da igual que sea con un título universitario empaquetando libros con unas condiciones laborales de semiesclavitud en Amazon) mientras que, el mismo gobierno, aquí; justifica el uso de cuchillas asesinas y mutiladoras en las vallas de nuestras fronteras por tener afán únicamente disuasorio. Si los negros se dejan la piel y la vida al intentar saltar es su problema por no ser válidos como esclavos o como carne de consumo, pues ni los ganaderos utilizan semejantes vallas por la valía económica de sus reses.

Un modelo de desarrollo económico que menosprecia y expulsa a sus licenciados dejando de invertir en I+D para (como dice mi hermana), en vez de tender a esa autarquía que vendría de la mano de investigaciones y desarrollos que se queden en el país, apostar por ludópatas y putas de lujo. Por cierto, esos mismos que apoyan este modelo son los que se erigen como baluartes de la moral, la justicia social, dignidad humana y tal y tal... El sábado al casino y de putas y los domingos, si la resaca lo permite, al postureo. Quinta cucharadita de mierda.

                Una ciudadanía que se siente indefensa ante una mísera multa de tráfico (por injusta que haya sido) porque no va a poder pagar las tasas judiciales  para reclamarla, o para denunciar a la Administración, o a su empresa que le ha despedido de manera improcedente, o a una compañía o  banco que han abusado de él... mientras que la mujer del presi de la CC.AA de Madrid o la infanta Cristina son defendidas por  la mismísima fiscalía con argumentos personales y despectivos hacia los jueces que las investigan. Otros de esos jueces son cesados y sus reos liberados aunque vaya saliendo a la luz todo el tinglado que tenían montado en esta nuestra comunidad y su cajón desastre de ahorros. Sexta cucharadita de mierda.

Una ciudadanía (hablo ahora de Cataluña) que tiene que lidiar con la amplitud de miras intelectual que requiere el discernir entre una realidad nacional, cultural y social particular y diferente (al igual que en muchas otras regiones) del conjunto de España y la jugada maestra de un paleto, pesetero e igual de conservador y facha que sus homónimos en Madrid, que no pudo aprobar sus presupuestos y consiguió, de aquesta forma sentimentaloide, tras convocar elecciones anticipadas, erigirse como presidente de la Generalitat y baluarte del "cambio" y, de paso, aprobar esos derechosos presupuestos. No importan las políticas injustas, los recortes sociales, los ojos reventados, las cabezas abiertas ni los ciudadanos muertos a patadas si al día siguiente hablamos de banderas, naciones o fronteras (tanto allí como en Madrid, me da lo mismo). Séptima cucharadita de mierda.

Y podría seguir dando cucharaditas de heces al hablar de un partido (el del gobierno) que tiene que lidiar cada día con un escándalo judicial nuevo (entiéndase lidiar como inventar una nuevas y penosa excusa que hace que uno se de cuenta del nivel intelectual que nos suponen a los ciudadanos), sindicatos podridos por chanchullos salidos del inmovilismo y la falta de sensibilidad hacia los problemas de sus representados, alcaldesas analfabetas, partidos que se hacen llamar socialistas, reyes cazadores, infantas y maridos de infantas ladrones, ex-presidentes con tintes de mafiosos y mal gusto exacerbado, una subida de la luz del 11% y unas tarifas de telefonía móvil impensables en cualquier otro país de la UE debido a monopolios encubiertos de familias perpetuadas en la escala social de este país, banqueros que disfrutan de indultos y no pisan la cárcel ni habiendo estafado millones de euros... Podría seguir como digo, pero esto ya me huele y me sabe demasiado a mierda y, además, necesito ir al baño. Tengo ganas de cagar.



Wednesday 27 November 2013

Del hambre de una generación al ¡Abuela que no puedo más, joder!

Estaban los dos en la cocina del apartamento céntrico del pueblo periférico a la gran urbe. Llevaban allí más de 30 años viviendo. Él pelaba patatas y picaba una cebolla mientras ella calentaba tal cantidad de aceite, que más que para cocinar parecía dispuesto para ser lanzado muralla abajo de un castillo (la tortilla de verdad se hace así Manuel, digo Javi… eso de hervir las patatas es una guarrería).

Él se acordaba de otros tiempos. Del hambre y las penurias de una guerra, una posguerra y de años de dictadura. De cómo tenía que esconder debajo de las alforjas del burro el trigo que sacaban de más del granero municipal su madre y él porque, con lo que les correspondía según la cartilla irracional de racionamiento, no alcanzaba para una familia de 10 hermanos. Ella (sin ser consciente de la coincidencia espacio-temporal de sus pensamientos) se retrotraía a la misma época y se acordaba de las comilonas que preparaba en la casa del señorito del pueblo. Recordaba el cómo anhelaba poder llevarse semejante puchero a la boca y buscaba calificativos como paradójico, injusto e ilógico para describir el hecho de tener que aprender a cocinar platos que no podía probar en su propia casa, que no podía ofrecer a sus famélicos hermanos ni a su pícaro padre. Si no encontraba esos adjetivos, si no los conocía… ¿Podría entonces sentir realmente el desprecio que merecía dicho panorama? Se acordaba de esas sensaciones con el ¡y qué le vamos a hacer hijo, la vida es así! tan propio de la abuela española de esa generación: la máquina más perfectamente diseñada para aguantar el sufrimiento (el propio y el ajeno) sin rechistar. Con una capacidad para la resignación que sólo se puede conseguir a golpe de moral y sociedad propia de tiempos feudales. La que les tocó vivir. La que les hicieron aceptar. La que, con esa ignorancia de base que les impedía encontrar adjetivos calificativos para criticar la situación que no querían, pero que no podían describir, analizar… aceptaron.

Él levantó la cabeza y miró (en dirección de la que agarraba la sartén) con los ojos llorosos (supongo que por la cebolla) soltando un melancólico ¡Éste no viene ya Aurora, ya verás! A lo que la que tenía la sartén por el mango (metafórica y literalmente hablando) le contestó con un ¡Pues he comprado jamón del bueno y chuletitas de cordero abajo en el Hiber, como no venga se va a enterar!

En ese preciso momento sonó el timbre del telefonillo. Dejó la cebolla a un lado y se levantó a descolgar el aparato interrogando muy serio con un que llega tarde al restaurante, estábamos a punto de dar su reserva a otro. Que lo siento mucho, el tráfico estaba fatal, contestó una voz metálica al otro lado de la línea. Risas a ambos lados. No más lágrimas (supongo que eran por la cebolla).

El invitado entró en el viejo y acogedor apartamento céntrico del pueblo periférico a la gran urbe. Luego de unos emotivos y cortos besos y abrazos para con los dos octogenarios ella ya apremiaba al visitante con un venga hijo ¡siéntate y pincha! Allí había (como siempre) jamón del bueno, chorizo, lomo, queso, aceitunas y pan para un jodido regimiento. No exagero. Del orden de un kilo por especialidad. El nieto empezó a pinchar: jamón del bueno, queso, pan… Pero, inevitablemente, a los dos minutos llegó lo que estaba esperando escuchar durante las próximas dos horas, el primer ¡Pero coge más hijo! que ella dijo mientras él la miraba atónito e impotente masticando el último trozo de chorizo (que un segundo antes y, de espaldas a la abuela, se había llevado a la boca), con otro de lomo en la mano izquierda y un pedazo de pan en la derecha y medio del primer botellín ya vacío.

Los dos octogenarios permanecían impasibles ante tamaño banquete. Tenían que concentrarse en insistir (a pasmosamente exacta razón de 2 veces por minuto) con el ¡Pero coge más hijo! ¡Cagüen diez, no comes nada eh! Mientras el nieto habría engullido ya unos 200 gramos de cada especialidad. Pero el nieto era eso, el nieto. Y ellos los abuelos de la generación de hambre. Se tenía que joder y seguir comiendo. Y bebiendo: 2 botellines no eran mucho para el abuelo que apremiaba con un ¡Qué te bebas otro hijo que eres joven y luego vas a echarte una buena siesta!

Entonces lo intentó como desanimado, sabiendo de antemano que no servía para nada pero, aún así, con ganas de decirlo y lanzó un… abuelo que tampoco es bueno comer tanto, que son muchas grasas y proteínas y… ¡Anda calla no digas tonterías! Le interrumpió ella plantándole delante de las narices más de la  mitad de una tortilla de 7 huevos, 1 kilo de patatas y tres cuartos de botella de aceite de oliva virgen extra.

El comenzó a comer sintiendo la pesadez de la mezcla de a cuarto de kilo por especialidad que se hacía una bola en su estómago. Aturdido ya, además, por el efecto del tercer botellín casi finiquitado. Mientras, ellos habrían comido un dedito de tortilla y dos lonchitas de jamón del bueno.

La abuela se disponía a freír ahora un kilo de chuletas de cordero lechal en el cuarto de litro de aceite de oliva virgen extra que había sobrado de la botella. El nieto lidiaba con la bola de tortilla que se había formado en su carrillo derecho. Era imposible hacerla pasar. Sus glándulas salivales hacía ya tiempo que le habían mandado a la mierda y para lubricar semejante masa lo único que le quedaba era tirar de botellín. Su tez se estaba tornando peligrosamente blanca, toda la sangre se concentraba alrededor de su hiperdilatado estómago. Tenía frío y sueño.

Lo intentó de nuevo con un ¡Pocas chuletitas abuela, por favor! que estoy lleno. A lo que el anciano contestó con un irritante ¡pero qué vas a estar lleno, si no has comido nada! Quería llorar, hacerles ver que había comido más que en una semana en su casa, que aquello no estaba bien, que la curva de la felicidad no era de la felicidad sino de los jodidos factores de riesgo cardiovasculares… Pero el nieto era eso, el nieto. Y ellos los abuelos de la generación de hambre. Se tenía que joder y seguir comiendo.

Logró aplacar la insistencia del abuelo para que abriera un quinto botellín de Mahou Clásica con un angustiado y sincero ¡Abuelo, de verdad, que me voy a coger un pedo del copón... déjame beber agua! Se sintió tremendamente aliviado al sentir el paso de aquella incolora, inodora e insípida sustancia. Sintió como, por pura ósmosis, su cuerpo volvía a recuperar la turgencia que había perdido debido a la ingente ingesta y al alcohol. Lo necesitaba para enfrentarse al medio kilo de chuletas (con su grasita porque así están más jugosas) que yacían delante de él.

Además de con la cantidad tuvo que lidiar ahora con un ¿Qué pasa, que no te gustan las chuletas? que salía de la boca de una cara de pena  que acobardaba… ¡Qué si abuela, que me encantan! Pero he comido un montón… ¡Anda qué vas a haber comido… come las chuletas y pincha jamón… qué es del bueno! Y él, como era el nieto, y ellos los abuelos de la generación de hambre, se tenía que joder y seguir comiendo.

Al terminar el plato de chuletas (más el litro y medio de agua que había precisado para hacerlas pasar) notó como el sudor frío corría por su pálido rostro. Sintió las pulsaciones aceleradas de su corazón que lanzaba (con una tensión preocupante) toda la sangre de su cuerpo para lidiar con esa digestión más propia de los atracones romanos que de una comida normal (con la diferencia de que aquellos podían vomitar al final y él… pues como que no).

De pronto, en ese preciso momento, cuando ya pensaba haber terminado con aquel calvario, su mente relacionó el perolo de porcelana blanca que reposaba en la encimera con el contenido que se escondía debajo de la cubierta de papel aluminio: ¡NATILLAS! Esperó que se les pasara por alto con un ¡Bueno…! Pues me voy a tener que ir pronto que tengo que pasar por casa de los titos antes de ir a Madrid… ¡Qué ingenuo! Ahí estaba la abuela destapando el perolo y sirviéndole un buen tazón de las (todo hay que decirlo) natillas más maravillosas del mundo. La necesidad de vaciarse le llamaba. Algo pedía paso a través de su más pudoroso y personal agujero corporal. Pero tenía que comer las natillas primero.

Terminó el delicioso postre sintiendo que se hacía más pequeño, que sus glándulas sudoríparas exprimían su existencia a través de los poros de su piel, que su sistema renina-angiotensina-aldosterona y su noradrenalina no daban para aumentar la presión arterial ni un milímetro de mercurio más. Tomó el obligado Ferrero-Roché de post-postre y entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir: se oyó un enorme estruendo (procedente de la cocina del apartamento céntrico del pueblo periférico a la gran urbe) que retumbó en todo el pueblo. Su presencia física fue sustituida por kilos y kilos de trocitos de jamón del bueno, chorizo, lomo, queso, aceitunas, pan, tortilla, chuletas, natillas y un Ferrero-Roché entero (no había sido capaz de masticarlo). Aquello era un follón. Toda la cocina estaba hecha un asco.

La abuela miró al abuelo y casi sin inmutarse salió con ¡Te lo dije Adrián! Tú no has comido nada, no has hecho más que cebar al niño y ahora por tu culpa ha explotado… ¡Pues ahora vas a recoger tú todo esto! 



Friday 22 November 2013

De “minijobs”, chinos y parásitos sociales. Realidades de Alemania 1.


Son muchas las ocasiones en la que he podido discutir sobre este tema con locales y foráneos en los casi 10 meses que llevo en este país. Todos saben que algo raro hay (ninguno muy bien el por qué), a muchos el tema en cuestión les parece una oportunidad para que los estudiantes puedan sacar dinero, los más pseudoenterdos (hay muchos, como en todos los lados) intentan sacar a relucir su lado más progre y te sueltan una ristra interminable de cifras e ideas más masticadas que la pipa de Popeye (pero muy poco digeridas) que no se cómo mi cara de “¡qué me estás contando mi chic@!” no les disuade de seguir un minuto más con tamaña farsa intentona. Pero… ¿Cuál es la realidad social detrás de esos “trabajos”?

La verdad que lo de trabajar 40 horas al mes (sin retenciones) y sacarte unos 400 euros “limpios” mejora el poder adquisitivo (PODER Y ADQUISITIVO) de los estudiantes, que, encima, gozan de una enseñanza universitaria completamente gratuita (hablo de Baden-Würtemberg). Pero… ¿qué pasa con el común de los mortales que lidian con este tipo de contrato?

Pues lo cierto es que se dice y se comenta que alrededor de 8 millones de trabajadores sobreviven así en Alemania (no me he molestado en comprobar las cifras pero el caso es que son un copón). Esto es, groso modo, el 10% de la población alemana. Según la Oficina Federal de Estadística, en septiembre de 2013 la población activa alemana contaba con 42,1 millones de efectivos (entre teutones e inmigrantes). Lo que quiere decir que el porcentaje de población activa que tiene un “minijob” viene a ser (ni más ni menos) del 20 %.

Cosas a saber sobre los “minijob”: la empresa no se encarga de tu seguro de salud (estás fuera de la bolsa de la Seguridad Social), tampoco gozas de seguro de desempleo, ni cotizas pensión…

Recapitulando: tenemos un 20% de la población activa que trabaja, teóricamente, (supongo que en la realidad será algo menor el número) sin seguro sanitario, sin seguro de desempleo, sin cotización para pensión… Algunos son estudiantes sí, pero muchos son también inmigrantes o pobres a los cuales se les mantiene CONSUMIENDO sin prácticamente ningún derecho laboral. Se genera una casta de parásitos sociales que interesa, sobretodo a las empresas (por lo barato de la mano de obra) y también al estado (porque los parámetros macroeconómicos no dejan de crecer; este sistema se basa, al fin y al cabo, en el consumo). Pero nadie parece advertir (o si, pero es que como estoy tan agustito como en España hace 6 años pues yo que sé… ¡Me suena!) el problema social de fondo, el eterno retorno de la precariedad laboral. Pero claro: si el objetivo es competir con China, no hay otra que trabajar como chinos. Repito: No hay otra. Esa es la receta alemana que tan bien funciona y que a los más liberales de nuestros políticos y empresarios les produce tanto placer. Bueno… para no caer en la demagogia decir que no es lo mismo exportar 2 toneladas de Mercedes-Benz clase E que 2 toneladas de tomates. Pero en el fondo, no es otra cosa que precariedad teórica para un porcentaje muy elevado de la población.

No interesa sacar a la gente de la marginación, de la parasitación. Lo que interesa es que consuma, que mantenga a flote el sistema comprando. Tú sigue en tu gueto que nunca saldrás de allí pero, eso sí, podrás comprar todos los días. No en Edeka o Rewe, donde las frutas, verduras y hortalizas suponen 1/5 del tenderete. Pero si en Penny, dónde hay calabacines, cebollas, tomates y lechuga y el resto es mierda. De los tan vanagloriados productos BIO te olvidas, porque con esa cantidad de dinero no te da para comprar salud ni conciencia ecológica. ¡Te jodes!. Luego tendrás enfermedades propias de los pobres en países ricos (obesidad, HTA, problemas respiratorios…) y además sin seguro médico, sin pensión… ¡Qué putada! Pero es que tus hijos también las tendrán. Si. Por que habrás canjeado una plaza de guardería para tu hijo por los X euros al mes que te ofrecen por “educar y enseñar” a tu camada en casa, porque ¡mire usted! no hay plazas de guardería para todos y hemos pensado que, mejor, la enseñanza a esas edades, para los que no necesiten esos X euros al mes. Al fin y al cabo, para ser productivo no hace falta interactuar, mezclarse con otros tan pronto. Tú quédate en tu gueto y compra eso que no sabes que es mierda porque nadie te lo ha dicho desde pequeño (y que nadie te dirá). Pero compra.

Todo esto se consigue con ignorancia política, a la cual creo yo muy ligada a la comodidad y seguridad económica. Y… como decía Bertold Brecht: “El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales".


No quiero que se entienda esto como una crítica personal hacia lo alemanes, a los cuales admiro en muchas cosas y lo cuales me han tratado, hasta ahora, estupendamente. Yo, como Correa: “Critico sistemas. No personas.”