Monday 25 January 2016

Desde Suiza con amor (mucho):



Pues encantado me hallo, sobretodo, de volver a escribir. Porque si, la mejor manera de trasmitir lo que a uno se le pasa por el telencéfalo (cuando se está rodeado de esa especie de teutones de alma endogámica e ímpetu perfeccionista, tan prevalente en el norte helvético) es, sin duda alguna, la de plasmarlo a base de unir unos con otros los caracteres del abecedario. Telencéfalo, a propósito, que en el expatriado sufre una especie de involución, seguramente  a causa de la deriva intelectual y la podredumbre neuronal que generan las ideas que, por no pasar por el área de Broca para ser vomitadas en forma hablada con ayuda de la laringe, quedan a la deriva allá arriba en el seso, que como no aviva, el alma dormida pues… tampoco despierta ¡Qué panorama!

Porque aquí se está bien. Si. Hay trabajo, reconocimiento profesional y sueldo acorde. Eso me da para tener, por ejemplo,  un telescopio con el que me hielo en la terraza de mi edificio buscando Júpiter y sus lunas, Andrómeda, la nebulosa de Orión…, en un intento de mirar afuera por no querer aceptar que la nebulosa esta en mi cabeza. Porque mi telescopio, mi piano eléctrico y mi cama de muelles ensacados de 180x200 centímetros no son rival ni duradero sustituto de las ganas que tengo de salir a tomar unas cervezas hablando ALTO, como a mi me gusta. Como nos gusta a las peninsulares almas, en perpetua ebullición porque están vivas desde hace siglos, porque tienen ese mezcla explosiva de celta, cartaginés, griego, romano, judío, moro y cristiano. Hablar ALTO para que, gritando, mi mestiza alma se cague (a través del telencéfalo, el área de Broca y la laringe) en todo lo que me cago, cuando me cago en todo cuando salgo a tomar unas cervezas y a hablar ALTO. Y, si; cervezas en plural, no una (aunque sea de medio litro) y a casa, sin hacer ruido, sin cantar, sin compartir el espontáneo y por ebrio incomprendido arte que transpira por los poros de las mis pieles en ese estado… ¡Qué tragedia! Aunque, y que conste en acta, el camino de vuelta en este reprimido parecer se torna anquilosantemente agradable por deambular por esas impolutas calles; por no tener que pisar, ver u oler una sola mierda de perro en todo el camino; por no quedar ni tentado a alterar el orden tan (sin esfuerzo aparente) establecido; por no tener que marcar mi territorio en la esquina que hace esquina con otra esquina porque dos esquinas antes había un baño público.

Por aquí, como decía, se está bien. No hay idiotas que circulen desde que salen de la puerta de su casa hasta que llegan a la puerta de su curro (solos, en un 4x4 que consume diez litros a los cien kilómetros) por el meridano carril del centro de la autovía aunque les pase un autobús por la derecha. ¡Aparta ya inútil! que en ese centro, no hallarás la virtud. No existe el “vuelva usted mañana” que ahora es la hora del café y luego la del cigarro y por la tarde no voy a estar porque mi abuela ha dado a luz. Pero, y conste también en acta, para ello hay que pagar por cada línea de frase oficial. Para ello son los cuarenta francos por km/h por encima del límite de velocidad. Para ello son los cien francos de la primera vez que te cueles en el tranvía y los mil de la segunda.

Porque se está bien aquí, si. Pero me parece menos triste (o por lo menos más interesante, morboso, sórdido…) oír historias de gente que quedan a través de Tinder para follar que oír y ver como aquí se utiliza para hablar con y conocer a gente. Porque es tan triste como cierto, que  en este país, a partir de los veinticinco,  no haya forma humana de establecer relaciones interpersonales con gente ajena a tu círculo de confianza. No me mires así, perdona por interrumpir los espasmos esos de los tus centroeuropeos miembros inferiores (carentes de articulaciones desde la cadera hasta el calcáneo) a los que tu llamas baile. Que de verdad, era sólo por hablar un rato.

Pero se está bien, si. No se tiran pavas de campanarios, ni se revientan cerdos saltando encima de ellos. Tampoco se agotan y desangran toros para luego (en el mejor de los casos) atravesarles el corazón con una espada. Eso no. Tampoco se estila, tras unas elecciones, lo de salir a un balcón  a dar grimosos botes (en serio, ¿qué tenía rodillas y tobillos o piezas de mecano?) aclamado por una “multitud” que, sin utilizar mucho el telencéfalo y si el cerebro reptiliano, grita sin cesar esa oración (si con sujeto, verbo y predicado, algo es algo) de “yo soy español, español, español”. Oración que pasará a la posteridad como una de las expresiones reivindicativas más cargadas de significado de la humanidad. De eso no hay aquí, no. Aunque he de reconocer que tengo sentimientos encontrados al acordarme de las sobremesas de hora y media. De esos hoy no me quiero levantar porque ayer salí a tomar unas cervezas y hablar ALTO a las diez y media (terminé de currar a las ocho). Pero no pasa nada porque, gracias a esos terribles horarios que tenemos, abrimos a las diez de la mañana y de dos a cuatro en vez de comer, pues me echo la siesta y a correr. Me acuerdo de esas pausas de mediodía cuando tengo que explicar a mis compañeros que tardo en comer porque, al carecer de buche, mastico y luego trago. Y mientras tanto hablo. ALTO.

Porque aquí se está bien, pero me jode bastante la incoherencia que viene siempre de la mano del poderoso caballero y se oculta detrás de un preciosísimo guante blanco de terciopelo. Porque aquí  se invierte en bolsa y, al mismo tiempo, se es vegano. Y allí, en mi península, irrumpió hace ya algunos años una vanguardia de la gente que tengo la esperanza de que lo haya hecho para quedarse. Pero para quedarse allí, en la meseta y sus subpaisajes. Esa meseta y esos subpaisajes que han producido, exiliado y condenado al olvido tantas otras vanguardias a lo largo de su historia. Porque la ilusión de ver a esa gente que son profetas en su tierra no se vea truncada ni por los egos propios, ni por aquellos que saben lo quieren para Venezuela, Grecia, Rusia… pero a los que la cuenca del Ebro, la meseta cercenada en dos por los picos en los que redoblaron las campanas (las de Hemingway y tantos otros defendiendo otra vanguardia), la tierra de Baroja y del resto del Reino (¡que arcaico!) y su momento histórico les asusta. Y por ello asustan (o lo pretenden), aullando, eso que el telencéfalo reptiliano les permite.

Se está bien aquí si. Pero espero que este dantesco sentimiento de apátrida quede flotando entre el purgatorio y el cielo, en los dominios de la ironía y que no caiga nunca al infierno. Por terminar católico, digo. Y es que, en la tierra del catolicismo, la mía. En la que la venta de la biblia estuvo prohibida hasta antes de ayer. En la que muchos lo intentaron (como me enseñó mi tío Javier a través de ese libro de George Borrow) pero nunca lo consiguieron; no llegó (cuando debía llegado) el protestantismo, no llegó el individualismo, ni el humanismo, ni la capacidad crítica, ni la modernidad… y gracias a eso se quedaron muchas cosas por el camino y se perpetuaron tantas otras. En esa España digo, se tiene una  madre que no se cansa de decirte que comas hijo, y abrígate que hace frio (y que es sagrada); una familia (de unos 30 miembros) que siempre está; unos amigos (unos 500 por cabeza) que no dudarán a salir a tomar unas cervezas a las diez y media de la noche y a hablar ALTO… Pero en esa misma España, por todo eso que no llegó y por todo aquello que se perpetuó, si no hay lazo afectivo se atenúa, hasta casi desaparecer, el concepto de individuo, del otro individuo; ese que no conozco. Ese intangible pero en potencia existente individuo es enterrado en las profundidades de nuestro subconsciente. Y cuando eso pasa…: cagadas de perro, orines y purines excretados por seres de veintitrés pares de cromosomas, idiotas que se hacen 20 km en el carril del medio… ¡Qué le vamos a hacer! Supongo que no se puede tener todo.

En cuanto a mi. Espero estar solamente hibernando y no cayendo en la tan helvética híper-responsable madurez vital. Porque aquí se está bien, si. Pero cuando se esta tan bien, hay que tener cuidado de no caer al charco del mundo perfecto porque uno puede entonces enSuizarse.