Lo que estamos viendo en la últimas semanas en relación con
la problemática ucraniana pone de manifiesto una serie de realidades bastante
interesantes:
Punto primero: sobre las imágenes de
revolución y la excitación (plazas llenas, camisetas del Che y demás).
En primer lugar, y como autocritica, queda manifestado el
hecho de que ahora nos excita a todos un montón (sobretodo si cumplimos con los
requisitos de: ser joven, querer ser de izquierdas porque es moderno y tener
poco criterio) lo de ver plazas llenas de gente protestando contra gobiernos de
diversa índole, sin importar mucho el contenido de la protesta en sí, las
alternativas o el contexto en el que se producen. Generalizar es tremendamente
fácil y le deja a uno tranquilito con su conciencia cuando la cosa tiene pinta
de revolución.
Punto segundo: sobre la unidad incondicional
que genera el odio al ‘enemigo’ y la caridad natural que despierta el ‘oprimido’.
En segundo lugar, que ese sentimiento que
nos identifica con los manifestantes que pueblan las plazas de todo el mundo y
la sensibilidad colectiva y solidaridad para con la causa (sea cual sea) que
despiertan de manera sorprendentemente unánime en la sociedad, es de sobra
conocido y deliberadamente utilizado por los medios (facilitando su divulgación
de forma un tanto incompresible por ciertos ‘intelectuales’) de todo Europa
para fomentar la idea de un enemigo común, de algo que permita que nos
olvidemos un poquito más de la mierda de Europa en la que nos encontramos
porque hay que defender a muerte, sea lo que sea y signifique lo que
signifique, esa banderita (muy mona, por cierto) de fondo azul y estrellitas
amarillas, cuando aparece el ruso postcomunista, los amarillos de los ojos
rasgados, los del punto rojo entre ceja y ceja o los sudamericano en chándal de
bandera (que, por otro lado, suman un considerable número de almas) y sus
economías emergentes, su afán de liderazgo y disputa por el poder económico
mundial, sus relaciones internacionales enfocadas a sus respectivas regiones y
mercados (América Latina por un lado y Rusia, China y sudeste asiático por
otro) y, sobretodo, su capacidad para pasarse por el forro al Fondo Monetario
Internacional, EE.UU y el G8. Estandartes estos del las políticas neoliberales
que nos trae por la calle de la amargura.
Punto tercero: sobre
el por qué de Ucrania. El fin de la globalización y la vuelta de la geopolítica
(1).
En tercer lugar, y como muy bien lo
explica Manolo Monereo (1) en un artículo que me recomendó mi amiguete David
Lapeña: Que la globalización se terminó, que a ese sueño dorado del ahora
moribundo neoliberalismo le han salido competidores. Que hay potencias
económicas mundiales que van a disputar el poder a EE.UU y que, por ello y sólo
por ello, la geopolítica ha vuelto. Que Rusia es un país, no… es un puto cuarto
del mundo, con un ejercito modernizado y con una serie de pactos en materia de
cooperación económica, energética, política y militar con China, Irán, países
del norte de África...
Pero parémonos en este punto para analizar
la situación fronteriza de Rusia y su evolución desde la caída de la URSS.
Primero fijémonos en los países que
integraban la URSS. Estaban, entre otros: Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania…
La URSS tenía un acceso muchísimo más directo que ahora tanto al mar Báltico à mar del Norte à océano ATLÁNTICO como
al mar Negro à
mar Mediterráneo. Controlaba Asia Central además de la puerta oriental de
Europa. Por no hablar de sus relaciones con Alemania del Este. Lo de que la CIA
entrenó a Talibanes para evitar que, además, se hicieran con Afganistán lo sabe
todo el mundo.
Un poco menos presente es el hecho de que la
mayoría de los conflictos armados que han involucrado a EE.UU y sus aliados en
los últimos años se hayan centrado, misteriosamente, en torno a Rusia y sus
fronteras asiáticas: Afganistán, Iraq, ahora Irán, los aliados rusos del norte
de África (Siria es el más claro ejemplo). Por otro la lado, la OTAN,
organización creada por y para defender los intereses geopolíticos de EE.UU en
Europa tras la Segunda Guerra Mundial y que
ostenta el 70 % del gasto militar (que, por supuesto, no cuenta ni con China ni
con Rusia entre sus miembros) incorporó, en 2004, a Estonia, a Letonia y a
Lituania a sus filas (2). Si miramos el mapa otra vez veremos que la única
puerta abierta que le queda a Rusia en su camino a Europa es, claro está,
Ucrania. La misma que le queda a EE.UU por cerrar para aislar a su rival. ¡Ah!
Se me olvidaba… Rusia tiene también algo que EE.UU quiere: a Snowden.
En definitiva, que Rusia no es ya el
comunista acomplejado de hace 20 años
que se abrió a la globalización sin rechistar y sí una potencia económica y
militar, con aliados firmes y poderosos e intereses que defender (y, dicho sea
de paso, con un loco exagente del KGB al mando).
Punto cuarto: sobre una Europa huérfana de
intereses propios y al servicios de las pretensiones político-militares de
EE.UU en la región.
En cuarto lugar que Europa, es decir
Merkel, ha vuelto a demostrar que no se cansa de ser la puta de EE.UU, de
defender sus intereses estratégicos y económicos y de perder el tiempo
creándose enemigos muy cercanos con tal de contentar al tío Sam. Nos la suda
que nos espíen, que todo el norte de
África (gracias a las tan idolatradas por los medios del viejo continente
‘Primaveras Árabes’) se hayan convertido
en un polvorín para los terroristas islamistas que campan a sus anchas aplicando
algo tan democrático como la Sharia allí donde llegan, que Siria se haya
convertido en la vergüenza y la atrocidad más repugnante de los últimos tiempos,
que Afganistán sea (bajo control de las tropas norteamericanas) la despensa de
opio del mundo, que Iraq… ¿Qué decir de Iraq?
Europa esta perdida, descabezada, sin
ideales y sin política propia. Ni si quiera defiende ya sus intereses mercantiles
con Rusia, negocio este, por volumen y cercanía, mucho más prósperos que el americano.
Es un ejemplo más que nos demuestra el valor de las instituciones políticas que
hemos creado, de la dependencia y parcialidad de la prensa, de la manipulación
de la ciudadanía con fines políticos…
No importa que el presidente Ucraniano
haya sido elegido democráticamente, no importa que se hayan publicados videos
de manifestantes portando y disparando armas, de neonazis alentando a la
violencia. No importa que haya indicios alarmantes de que los francotiradores
de la protestas eran seguidores del nuevo régimen y que, dichos indicios, hayan
sido reconocido en conversaciones telefónicas entre Catherine Ashton (alta representante de la Unión Europea
para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad) y Urmas Paet (primer
ministro de Estonia) (3). No importa que el nuevo primer ministro ucraniano
tenga vínculos directos con la
organización neonazi Svoboda (cuyo dirigente ha tenido reuniones documentadas
con miembros del gobierno y senadores de EE.UU) (3). No importa absolutamente
NADA. Queda claro, pues, que los rusos, mejor dicho, que Putin, NO ES EL ÚNICO que
no está dispuesto a dejar escapar tan importante peón del ajedrez europeo CUESTE
LO QUE CUESTE.
Punto quinto: el poder de los prejuicios.
En quinto lugar: Queda también meridianamente
claro que el prejuicio hacia los rusos facilita la tarea de la propaganda. Los
rusos han sido enemigos de los francés en la época napoleónica, de los alemanes
y centroeuropeos en la Primera Guerra Mundial, de nadie muy amigos en la
segunda y, lo peor… nunca pudieron acercarse a Europa porque, durante la época
de pacificación de esta, se encontraban en plena Guerra Fría. Quizá por ese
distanciamiento, más histórico y coyuntural que geográfico (EE.UU esta mucho más
lejos) todavía hoy, cuando pensamos en un ruso en Rusia nos vienen a la mente
personajes de caras pálidas y mejillas rosadas (son, por definición asiduos
bebedores de vodka); con labios inferiores protruyendo exageradamente tipo
perro pachón, gorro con estrella, hoz y martillo (con orejeras que nunca
cumplen su función pues siempre se encuentran pegadas a los laterales del susodicho
gorro) que, además exhalan siempre vapor al respirar por la perpetuamente
gélida condición de su clima. Y, por si esto fuera poco, su lugar natural de
aparición es siempre una Plaza Roja en la que transcurre un imponente e
inacabable desfile militar.
Así que, con ese panorama… ¿Cómo cono va a
permitir nuestro subconsciente un análisis funcionalmente superior de cualquier
cosa que implique a tan extraños seres? Si alguien dice que son los malos… es
que lo son.
Punto sexto: sobre lecciones de democracia y
doble vara de medir.
En sexto y último (pero de verdad que no
por ello menos importante) lugar: que fácil es, por parte de políticos y medios
europeo y estadounidenses, hablar en pos de la democracia sin que se les caiga
la cara de vergüenza ante lo contradictorio de sus actuaciones. Pongo ejemplos:
Resulta más democrático ignorar a los
francotiradores, permitir que campen a sus anchas organizaciones nacionalistas
y fascistas por las calles de Kiev, derrocar un gobierno elegido en unas
elecciones mientras se mantiene de primer ministro títere al presidente de una
agrupación que solo obtuvo un 10% de los votos en esas mismas elecciones…
Resulta eso, como digo, más democrático y aceptable por la comunidad
internacional que el echo de que Crimea vote en referéndum si quiere o no
formar parte de dicha locura.
Me acuerdo de cómo calificaban ciertos
medios españoles las protestas del 15-M y rodea el congreso: ‘golpe de estado,
ocupación ilegitima e ilegal de espacios públicos, falta de respeto por la
palabra y la voz democrática de las urnas’ y demás payasadas (todo ello
sazonado con portadas de encapuchados, contenedores ardiendo…). Contrasta
enormemente con la prisa que se han dado esos mismo medios en eyacular ante el
reconocimiento de la ‘palabra del pueblo y la lucha de la sociedad ucraniana’
por un país mejor, esto es, más europeo, más americano.
Punto séptimo Rusia (y
los rusos) no es Putin al igual que España (y los españoles) no es Rajoy.
He pretendido exponer un punto de vista
diferente al oficialista para entender mejor la problemática de un tema tan
delicado como este en un momento mundial tan difícil como el actual.
Seguramente los ucranianos tenían motivos suficientes para protestar,
seguramente su preside es un corrupto del copón… Pero ¿son acaso nuestros
motivos de protesta menores? ¿es acaso nuestro presidente y su gobierno menos
corrupto? De sobra es sabida la homofobia que se gasta Putin y cómo hace gala
de ello legislando… pero ¿Qué me decís de la homofobia social y el racismo de
uno de los países que ostentan el baluarte de la modernidad europea (hablo de
Francia)? Una homofobia que, con el apoyo de la iglesia católica, saca a la
calle a millones de personas en contra de una ley que sólo reconoce derechos de
personas que antes no tenían por su condición sexual. No cabe otro análisis.
O ¿qué me decís de leyes tan justas,
progresistas y tolerantes como la de la Reforma de la Ley del Aborto? ¿O de que
haya cuchillas asesinas en una valla que se encuentra, por otro lado, en
territorio africano? Y así podría seguir un buen rato.
Creo que la mejor herramienta de los
medios y del poder para desviar la atención es la de relativizar lo problemas propios
distorsionando y demonizando los que ocurren en la distancia. Creo que hemos
olvidado (entre el puto Gibraltar, el coñazo del paleto de Mas y el escenario
ucraniano creado por la distorsión mediática) que aquí no ha cambiado nada. Que
la clase política sigue siendo la misma, que los corruptos nos gobiernan y
aparecen a puñados nuevos todos los días sin que pase nada, que Europa sigue
siendo una realidad mercantil y nada más y que el de siempre, una vez más y con
la complicidad de medio mundo, va a conseguir lo que quiere .
En este mundo, en definitiva, los
intereses económicos mandan y todos están dispuesto a defender los propios sin
importar los medios. Lo importante es (para que a uno no le tomen el pelo)
tener presente lo que decía Campoamor:
«En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira
todo es según el color
del cristal con que se mira»
Enlaces de interés:
( 1) http://www.cuartopoder.es/tribuna/cuando-comprenderemos-que-la-llamada-globalizacion-termino/5544