Es curioso cómo el ser humano selecciona las muertes que deben dar pena. Las muertes que se produjeron en Irak o Bangladesh dan menos pena que las que se han producido en Niza, y estas a su vez causan más tristeza y alarma social que las cientos de miles que se siguen produciendo día de hoy en el Mediterráneo, en Siria, en Afganistán, en Irak, en Yemen, en Somalia, Sierra Leona y un largo etcétera. Parece que en verano hayan desaparecido la pena y la preocupación por los refugiados. Estamos de vacaciones y lo único que vemos en las noticias es al reportero de turno al lado de un termómetro en Madrid, en Sevilla, en Ourense, en Valencia y, a veces otro en Bilbao. Y ahora, después de lo de Niza, los reporteros se irán a vivir a Francia.
La muerte del
“matador de toros” Víctor Barrio es otro claro ejemplo de lo que yo llamo “pena
selectiva ante la muerte”. El hombre murió al ser vencido, en lo que en
términos empleados por los que defienden la tradición medieval de la
tauromaquia, durante “la batalla”, tremendamente
injusta, que se produce entre un toro que sufre maltrato del principio a fin
del “festejo-asesinato” y un hombre que lucha con capote, espada, banderilleros
y picadores para salvar su vida (batalla claramente equilibrada, sí). Pues
bien, al ser esta una lucha desigual no es de extrañar que desde 1992 no se
hubiera producido una muerte por asta de toro en las plazas de toros de
España. Sin embargo, no debemos olvidar que en una lucha entre dos, en una
lucha a vida o muerte, sólo puede quedar uno, y en este caso ganó “la bestia”. No
es extraño, por tanto, que un torero que ejerce con orgullo “su profesión de
riesgo” muera por una cornada de su rival. Lo que me resulta chocante es el
revuelo mediático que se ha formado a raíz de unos comentarios desafortunados
que hizo un gañán que se define como maestro y que ha conseguido que el fallecido alcance la categoría social de
héroe; cosa que me parece bastante preocupante. Para mí un héroe es alguien
que, por ejemplo, arriesga su vida para salvar la de otros, deja todo para irse
de voluntario, ayuda a los demás de forma desinteresada… No aquel que tiene
como profesión la de ser asesino de toros.
Es increíble y absurdo
la conmoción que ha causado el hecho. Más que nada porque la doble moral de
algunas personas les permite rasgarse las vestiduras cuando alguien ridiculiza
la muerte de un torero; y no cuando un obispo justifica la pederastia o la
violación; otro alerta de los peligros que entraña que las mujeres y los
hombres tengan los mismos derechos y que ojo cuidado porque el imperio gay-comunista-terrorista
va a acabar con el mundo.
Tampoco nos escandalizamos cuando
tras el atentado terrorista de Orlando,
no vimos que se creara ningún Change.org, para que cada uno de los que
se alegraron y ridiculizaron la muerte de los homosexuales tras el ataque,
perdiesen sus puestos de trabajo.
En fin. Está
claro que con la libertad de expresión somos igual de selectivos que con la
pena. Estos dos episodios son un claro reflejo de lo que es nuestra gran
sociedad en la que, por desgracia, el machismo, la homofobia y la ignorancia
están tan arraigados, que los hechos que constituyen lacras sociales nos
resbalan.
Elena Ruperti
Elena Ruperti